IN ICTU OCULI
Las horas que limando están los días
que royendo están los años.
Luis de Góngora
La atmósfera tenebrista que presenta la Bodega de la Casa Pintada podría definirse bajo los versos del Luis de Góngora para introducirnos en el ámbito de lo macabro, de aquello que en palabras de Moliner, está relacionado con cadáveres o despojos materiales de la muerte, resultando repelente o terrorífico. La literatura medieval, renacentista y especialmente barroca, gustó de relatar y narrar estos asuntos, deleitándose en la propia estética del objeto a la vez que utilizaba éste como medio y signo de difusión de los conceptos y preocupaciones más íntimos del ser humano.
Cuando en 1671 Miguel de Mañara encargaba a Valdes Leál la ejecución de los lienzos de los Jeroglíficos de las Postrimerías, para la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla, entre los que se encuentra el denominado “In ictu oculi” (en un abrir y cerrar de ojos) que da nombre a la instalación, no buscaba únicamente el pintor sevillano la visión tétrica y tenebrista de unas escenas que se desarrollan entre esqueletos, cuerpos putrefactos rodeados de alhajas y riquezas terrenales, sino la reflexión sobre la vanalidad de lo mundano, sobre la transitoriedad del mundo terrenal y sus bienes. De ese mismo modo Torregar nos invita a rodearnos de símbolos, nos introduce en la teatralizada bodega para observar la instalación puntual y cuidadamente estudiada de calaveras, de restos salinos y de cirios encendidos. La fugacidad de la vida actual, la incertidumbre de la situación que nos rodea o el estresante día a día son el foco de atención al que el artista nos remite para replantearnos nuestra situación, nuestro fugaz tránsito que será similar al mostrado.
En pleno siglo XIII el místico Ramón LLul escribía en su Doctrina Pueril “Hijo cada día mueres, pues la muerte se acerca a ti todos los días, y los muertos que ves enterrar y pudrir bajo tierra te enseñan que tu serás como ellos”. Así nosotros hombres del siglo XXI, nos detenemos ante la instalación de la Bodega, nos paramos ante la teatral y barroca propuesta de Torregar para reflexionar sobre la máxima del Tempus fugit, del Ars Moriendi y de todos aquellos planteamientos filosóficos y al mismo tiempo pragmáticos de nuestro devenir diario.
La observación de los depósitos de aceite reconvertidos durante unos meses en contenedores de macabros objetos obedece al mismo tiempo a un retorno a los orígenes, a una vuelta a esa génesis que forma parte de la constante de su obra. Su contraposición de espacios vida-muerte, obedece a una vinculación con lo primitivo, con las costumbres de las sociedades argáricas y africanas, donde la urna recoge los restos del cuerpo y de aquellos objetos propiedad del difunto y representativos de su estatus social, para retornarlos a la tierra convirtiéndolos al mismo tiempo en signo de identidad colectiva. La ausencia de objetos atesorados obedece en esta ocasión, a la limpieza del mensaje y de la obra del artista, proclive siempre a suscitar la reflexión, a incitar al pensamiento y a buscar y plasmar el mensaje último y conceptual.
Finalmente la materia, la sal en fusión con la resina nos muestra la textura de la degradación, del desvanecimiento de lo terrenal, de este modo sus calaveras resudan, se desvanecen entre el humo y la tierra, configurando apariencias irreales y ficticias, pero al mismo tiempo es materia codiciada, es objeto de deseo y vanidad. Principio y fin del ciclo vital, su similar apariencia al polvo le confiere ese aspecto etéreo, transparente o transitorio. En definitiva es la sal de la vida y de la muerte, del principio de la creación y de los campos estériles de aquellos hombres castigados por su inexorable destino.
Julio César García Rodríguez
Conservador Centros y Colecciones Gabarrón
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